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(Los sucesos aquí descritos están basados en hechos de la vida real; algunos nombres y lugares han sido cambiados para proteger a los inocentes).



Jueves 20 de octubre de 2016

LA CAMA.

COCIENTE NATURAL…

El rumor partió de la sala de espera, muy cerca de la salida, y se esparció por todo el centro vacacional, como fuego en la pradera. Corrió por los pasillos, atravesó los jardines, llegó a las habitaciones y regresó al auditorio, donde se desarrollaba la plenaria.
     Era el tercer Congreso del grupo político más importante del Estado; filial de un partido que iba en ascenso, contaba con el reconocimiento de Dirigentes Nacionales, Diputados y Senadores, y ya ocupaba muchos espacios en la Cámara Local y en los Ayuntamientos. Los asistentes se habían dado cita para analizar la situación, definir la línea política y las acciones que emprenderían, ya que, luego de tantos triunfos obtenidos, el siguiente paso era ganar la gubernatura.
     Nadie lo decía, pero en el ánimo de todos estaba muy claro que el candidato con más posibilidades era el Profesor Hipólito Manríquez, ex presidente del Partido, ex diputado, ex senador, consejero nacional y líder del grupo; político sagaz y experimentado, carismático, hombre del poder, de quien se contaba una anécdota que, a querer o no, siempre aparecía alguien con ganas de contarla:

  •  Oye, ¿qué los lagartos vuelan?
  •  Claro que no, güey. ¿Quién te digo esa mamufada?
  •  El profe Manríquez.
  •  Bueno, sí vuelan, pero así nomás: bajito, bajito.

     Luego de dos días de acaloradas discusiones en mesas de trabajo, que se prolongaron hasta el amanecer, el afamado profesor Hipólito Manríquez, se encontraba en el uso de la palabra para dar a conocer los acuerdos y las conclusiones a las que había llegado cada comisión, y que fueran aprobadas por voto directo de los delegados, por mayoría o por aclamación.
     Justo en ese momento, Lucía, su secretaria, le hizo llegar una pequeña nota, que leyó de inmediato y, al enterarse de su contenido, un gesto de disgusto ensombreció su rostro pero, acostumbrado a guardar las apariencias, se colocó una sonrisa en los labios y continuó con su discurso.
     Una vez terminado y antes de dar paso a los ponentes que argumentarían a favor y en contra de las propuestas, expuso a los presentes lo escrito en la nota que su secretaria le había hecho llegar.
     Era el mismo reclamo y recomendación que había hecho un año antes, en el segundo Congreso. Que, por favor, no se robaran las toallas de las cabañas; los ceniceros, las cortinas y los cortineros, las sábanas, las fundas de las almohadas, los focos, las macetas, las perillas de las puertas, ni el control remoto de las televisiones.
     Era la segunda vez que se los pedía. El año anterior se los pidió y, por lo visto, no le hicieron el menor caso. Por ello, este año, había resultado muy difícil que les alquilaran el centro vacacional, debido a que, las dos ocasiones anteriores, el saqueo había sido a gran escala, al grado que, para que se los facilitaran, el propio profesor tuvo que dejar un depósito en efectivo y aceptar que, al desocupar las cabañas, agentes de seguridad, contratados por la empresa, verificaran que no faltara nada.

  •  Qué vergüenza –decía el profesor -. Cómo queda nuestra organización. Llévense los jaboncitos, los frasquitos de champú, pero no se lleven otras cosas, por favor. Si no, ya no nos van a prestar este lugar. Gracias, compañeros.

     Ahí empezó el rumor. De pronto Jesús Palacios, uno de los delegados que cruzaba por el lobby, rumbo al auditorio, se detuvo a saludar a uno de sus compañeros, y exclamó:

  •  ¡No mames, pinche Daniel, falta una cama!

     Los congresistas que se encontraban ahí presentes, se miraron con sorpresa, estallaron en carcajadas y se llevaron el comentario hacia todos lados, de tal suerte que llegó a los pasillos y las butacas y nadie pudo impedir que subiera hasta el estrado y llegara a los oídos del profesor Manríquez y del orador en turno, a quien le ganó la risa y ya no pudo continuar su discurso.
     Nadie daba crédito a lo que estaba pasando. Unos a otros se miraban incrédulos. Muchos hacían grandes esfuerzos por contener la risa, pero algunos no podían, y abandonaban el auditorio para que el profesor no los viera riendo a carcajadas. Unos no lo creían, era demasiado atrevimiento para ser verdad; otros sí. Tomando en cuenta lo sucedido en los dos años anteriores, consideraban que sus compañeros eran capaces de eso y más. En el fondo, todos pensaban que sí era posible.

…Y RESTO MAYOR

     Martín Agüero, otro de los delegados, que venía de su cabaña, alarmado por lo que estaba pasando, se subió a una silla y gritó:

  •  Momento, compañeros. Esto no se puede quedar así. Yo propongo que, a los que traen carro los dejen ir pero, a los que traemos camioneta, nos revisen, para estar seguros de que no llevamos ninguna cama.

     El evento se dio por concluido. Ya no había condiciones para seguir. El profesor Manríquez dio por terminados los trabajos del tercer Congreso y salió a toda prisa, aunque todavía alcanzó a escuchar a dos delegados que comentaban:

  •  No mames, pinche Susano, falta una cama.
  •  ¿Una cama? No, güey, ¡Falta una cabaña!






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