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Rocío Alejandra Ayala Pimentel

Patti Smith en imagen de la revista Rolling Stone el 15 de octubre de 2014
Diciembre 1 de 2014

Se santigua el samaritano, el fariseo, el creyente y se conmina el judío ante la iglesia del mundo, lo mismo que los perros cuando entran a los templos de la santa iglesia.El palestino, los pobres, los pueblos indígenas, los viciosos y los herejes no cuentan, esos son el punto y aparte que nadie quiere ver, menos en un país tan rico y lleno de miserables al mismo tiempo como lo es México.
Mientras tanto, a golpes de pecho se expían los pecados del mundo, y para remanso y concordia entre pueblo y clero, se gesta un concierto navideño, fastuoso en letras de Patti Smith en el vaticano. (*)

Por su parte el clero, sólo registra el diezmo de sus agremiados y su lugar en el ranquin de popularidad mundial frente a la nueva era. Ya no importa la verdadera paz social y mucho menos el amor al prójimo, éste último figura en la utopía de una formación eclesiástica y por increíble que parezca, es la premisa de la mayoría de personas que no precisan de una deidad para ejecutar el verbo amar. 

A muchos apostólicos romanos, ya se les olvidó que la vida de un cristiano, vale cada gota de la preciosísima sangre de Jesucristo, el Salvador…
Jesucristo, aquel a quien los chinos aman por las exuberantes ventas de cuentas para los rosarios que nadie reza. Es más, no he visto un solo feligrés que denuncie o se indigne ante el hecho de que el rosario sea una prenda “trendy futbolística”. Pero, en estos tiempos, ¿quién es Jesús? Oh sí, es aquel clavado en la cruz, la que ya nadie quiere cargar y menos el régimen que San Francisco de Asís denunciara de poseer riqueza superflua. Claro, es comprensible que ante la incongruencia de los hechos del diario quehacer de la humanidad, se olvide al Redentor. 

Afuera, en las calles, hay momentos en que la doble moral de la sociedad estornuda en cada esquina y salpica la purulencia que le corroe, entonces, de tanto dolor diseminado a falta de justicia; con los niños regados junto a sus desmembrados sueños, con padres de familia llenos de esperanzas calcinadas, con tantas mujeres de Juárez sin presente, con trabajadores sin trabajo, con luz sin candela, con tanto despojo de dignidad y con un sistema impune; definitivamente suman más de 43 los desaparecidos. 

Me parece que en este momento, es oportuno hacer un paréntesis y preguntarse ¿a qué vinimos a este mundo? Algunos adelantados dicen que vinimos a vivir, entonces, por qué tanta muerte en fosas clandestinas, en despidos injustificados, en casas demolidas, en desalojos arbitrarios, en el despojo de tierras, de tacón en las esquinas, tratando blancas en tratos oscuros o durmiendo en curules cobrando millones. No, definitivamente no vinimos a vivir. Todo, todo, absolutamente todo indica que vinimos a morir… 
A morir cada día, en la aurora, en el ocaso, en el llanto de los niños, en los pechos sin leche, en los vientres sin matriz y en las matrices promiscuas; morir en cada grito de silencio… 

Obligadamente surge ahora otra pregunta, ¿qué es la vida? Será una sonrisa, una canción de amor, el rap en boga, el corrido más sonado, la moda barata de los aparadores, la rutina de cada día, una nota amarillista, la noticia desvirtuada talvez, o algo tan simple como respirar, caminar, oler, ver, hablar, difamar, correr, gritar, perrear, robar, ahorrar (los comentarios al menos), orar, enfermar, sanar, escribir, borrar, y así todos los ar, er, ir, or y ur habidos y por haber. Por supuesto, todo gracias a una fuerza poderosa, sin nombre pero nombrada, sin principio ni fin pero sin la certeza a costa de la mal conceptualizada “fe”. Así pues, sin forma pero esculpida en barro, yeso y madera. Omnipotente, omnipresente y a la vez, con el rostro de una ausencia aterradora. Fuerza poderosa conocida con una docena de nombres, concebida de mil formas y abrazada según la herencia de cada suelo, al fin y al cabo, deidad. Presencia con una esencia única y sublime llamada, amor…
Luego de tantos peros, yo me quedo con una sola duda, ¿qué pasará el día que Dios se muera?


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