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Protagonistas. Foto Especial.

Red-Accion | Ecatepec, Méx., jueves 21 de febrero de 2019

La ciudad de México (CDMX), sus templos y jardines, sus monumentos, sus barrios y colonias, edificios, plazas, mercados, calles, avenidas, salas de cine, teatros, auditorios, casas, vecindades y, por qué no, hasta algunos de sus departamentos, bien valen una película.

     Alfonso Cuarón (28/nov/61, CDMX), ha tenido a bien regalarnos, en una  película, un trozo de sus recuerdos,  de cuando nuestra  ciudad era habitable, amable y transitable; una historia  sencilla, divertida  y formidable, en la que se demuestra, una vez más que, un buen guion, es  la parte más importante de una producción y que no siempre es necesario enfrentar a un planeta contra otro y llamar a los superhéroes más sofisticados, ya que, cada quien tiene, o adopta, a sus propios héroes, y no todos usan capa.

     Su película es una evocación a la memoria, a la buena memoria; a esa parte de la historia que, como bien dice Gabriel García Márquez “es lo que uno recuerda y cómo lo recuerda” (para contarla, en libro o video).

Alfonso Cuarón. Foto Especial.

     Como casi todas las buenas películas mexicanas (Los Caifanes, 1966; Los Olvidados, 1950; Amores Perros, 2000;  Rojo Amanecer, 1989; Sexo, pudor y lágrimas, 1999), ROMA está filmada en la ciudad de México; la misma ciudad que Carlos Fuentes llamó “La región más transparente”; a la que Efraín Huerta le hizo una “Declaración de odio”, y en la que vivieron personajes tan notables y entrañables, como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco o Renato Leduc, por mencionar sólo a algunos.

     Para todos aquellos que, a la fecha, nos movemos entre los 50 o 60 años de edad, o algo más, ROMA, nos mueve los recuerdos, los sentimientos y las emociones. En cuanto a los recuerdos, ni duda, el 10 de junio de 1971, los Halcones, grupo paramilitar, auspiciado por el gobierno de Luis Echeverría, para reprimir las protestas estudiantiles; el cine Las Américas, ubicado en la avenida de loa Insurgentes; un hospital del Seguro Social y,  en cuanto a los sentimientos, la vida en blanco y negro, la familia toda, reunida ante la televisión, viendo programas en blanco y negro, pero también, el rompimiento entre una pareja, la separación, el padre que abandona la casa, con un pretexto absurdo cuando, en realidad, se va con otra mujer.

10 de junio de 1971. Foto Especial.

     Tengo que reconocer que, esa parte de la película, me conmovió hasta la médula de los huesos; de pronto, me vi de joven, casi niño, en esa casa que habitábamos mis padres, mis hermanos y yo; ése, mi único universo, el Macondo, que habitábamos y donde vivimos “nuestros años felices”,  en una sala, habitada por una televisión en blanco y negro, y disfrutábamos de los  manjares, que salían de la cocina, que habitaba mi mamá  y de una cama muy desvencijada, a la que llamábamos “la canoa”.

     El ejemplo que Cuarón pone en su película, es tan válido, como todos los que se dieron en esa época y los que se siguen dando en la actualidad, a pesar de que, a veces, pretender no hacer daño a los hijos, es un acto de maldad.

     Cuando las parejas con niños  se separan, les mienten a los hijos, sin  imaginar el daño que les ocasionarán cuando se descubra la verdad. En el filme, la pareja, patrones de Cleo, deciden separarse, y urden una mentira piadosa, para que los niños no sepan que, su papá anda con otra mujer: deciden argumentar que, el señor, se va a Canadá.

Cleo, el personaje encarnado por Yalitza Aparicio. Foto Especial.
     Meses después, Cleo y los niños, ven al señor en el legendario cine Las Américas, aunque los niños se niegan a aceptar esa realidad. Es de una alta perversidad del papá, irse de la casa  y decirles a sus  hijos que es para irse a Canadá, pero es peor decirles, a los más pequeños, que se va por culpa de los mayores.  Mentiras de los años 70s.

     Sin duda, el 10 de junio de 1971, marca una fecha fatal y simbólica para nuestro país, casi tanto como el 2 de octubre de 1968. No fue necesario haber estado ahí, para comprender el horror que se vivió y conocer la parte más oscura de algunos gobernantes.

     La abuelita de mi novia, vivía en la Cuchilla del Tesoro, municipio de Nezahualcóyotl y, en esos inicios de los 70s, nos platicaba, de lo extraño que le parecía ver,  a un numeroso grupo de jóvenes lumpen, ágiles, atléticos y con el cabello recortado que, domingo a domingo, muy temprano, con disciplina militar, practicaban agotadores ejercicios, con una vara de bambú.

      Era el gobierno de Luis Echeverría, entrenando a quienes, en la primera oportunidad, atacarían y asesinarían a los estudiantes, la parte más sensible de la sociedad. La escena es, al mismo tiempo, artística y brutal, y nos trajo la imagen descrita por doña Timotea, la abuelita de mi esposa.

     Son las historias de la gente sencilla, de los que no tienen voz, de los que viven al día, de los que nunca se quejan, de los de a pie; tan cercanos a los demás, que no los reconocen y que, sin embargo, siempre están ahí, como ángeles de la guarda, para mitigar el hambre, la sed y el frío y, claro, todo ocurre en esta ciudad maravillosa, antes Distrito Federal (D.F.) y hoy, Ciudad de México (CDMX), y en la colonia ROMA, tan cercana y entrañable, como lo fue ayer, como lo es hoy y como lo será por siempre. No es difícil de decir, pero uno se regocija al decir que ROMA, es una de esas películas que se verían una y otra vez, con el mismo gusto.

ROMA, México, 2018, de Alfonso Cuarón. Con Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Nancy García García, Marco Graf, Daniel Demesa.

eliosedmundo@hotmail.com


    

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