"Este miércoles 23 me retiré al descanso A las 2:30 de la madrugada, ya que un poco después de a las 0:00 horas, las 8:00, hora del Vaticano, me encontré que un Canal de Televisión ya estaba en el control remoto para transmitir el inicio de las exequias del Papa Francisco, el reportero no pudo sustraerse al embrujo de la noticia y ahí se quedó hasta que fue despedida la transmisión".
OPINIÓN
COMENTARIO A TIEMPO
Por Teodoro Rentería
Arróyave
Jueves 24 de abril de 2025
TERCERA PARTE
Este miércoles 23 me retiré al descanso A las 2:30 de la
madrugada, ya que un poco después de a las 0:00 horas, las 8:00, hora del
Vaticano, me encontré que un Canal de Televisión ya estaba en el control remoto
para transmitir el inicio de las exequias del Papa Francisco, el reportero no
pudo sustraerse al embrujo de la noticia y ahí se quedó hasta que fue despedida
la transmisión.
Todo se inició en la Casa de Santa Marta, donde residía el
pontífice y en donde exhaló su último suspiro, después de asistir a las
liturgias del Domingo de Resurrección; según se recuerda, es la primera vez en
su historia que la Iglesia Católica, está de duelo las dos semanas que enmarcan
la liturgia de las pasión, muerte y resurrección de Cristo, por el
fallecimiento del pontífice 266.
La procesión con el féretro con el cuerpo inerme de Jorge
Mario Bergoglio, encabezada por el camarlengo, Kevin Joseph Farrell, hasta la
Basílica de San Pedro, me recordó las exequias de la tía Delfina, en el barrio
de Xaltocan, Xochimilco, precisamente en la Iglesia de Nuestra Señora de los
Dolores, tendría entre 5 y 7 años, cuando entró la procesión con el ataúd en
andas, a los acordes de la Marcha Fúnebre de Georg Friedrich Haendel, a ello
agréguese el ruido de las pisadas en las tarimas añejas y apolilladas del piso,
fue la primera vez que me enfrenté a la muerte y me curtió para siempre.
Sigamos con la biografía-análisis del colega francés,
Jean-Benoît Poulle, con este subtítulo: “Un provincial bajo la dictadura”:
Estos años clásicos de formación, que también son los de un
cierto alejamiento del mundo, han dejado voluntariamente de lado el contexto
político, social y eclesiástico en el que se desarrolla Jorge Mario Bergoglio.
En realidad, este período está marcado por una intensa
efervescencia: en la Iglesia, las reformas fundamentales implementadas por el
Concilio Vaticano II (1962-1965), y sus repercusiones de gran alcance,
especialmente en la Compañía de Jesús; en Buenos Aires, los años no menos
agitados del legado del peronismo, entre violentas protestas y el regreso al
poder de Juan Domingo Perón (1973-1974). Ambas crisis multifacéticas pueden
explicar tanto el nombramiento tan temprano de Bergoglio como provincial como
su actitud durante la dictadura militar de funesto recuerdo (1976-1983).
Desde su juventud, Jorge Mario Bergoglio no ha sido
indiferente a la política. Su herencia familiar en este sentido es diversa,
desde el socialismo radical de uno de sus tíos hasta el conservadurismo. A
través de sus lecturas y amistades, el joven Bergoglio entra temprano en
diálogo con pensamientos de izquierda. Pero sus años de maduración están
marcados sobre todo por la omnipresencia de Juan Domingo Perón (1895-1974) y
del peronismo. Presidente de la Nación Argentina desde 1946, reelegido por sufragio
universal en 1951 antes de ser derrocado en 1955, Perón pretende romper con las
élites corruptas de la «Década infame» (1930-1943) apoyándose en su vínculo
directo con las masas populares, en favor de las cuales lleva a cabo numerosas
reformas sociales.
El «populismo» en su sentido original, al que se refiere, es
un pensamiento que por naturaleza se resiste a cualquier clasificación de
izquierda o derecha, ya que se reivindica tanto de una como de la otra: pone de
relieve la justicia social tanto como una concepción orgánica y autoritaria de
la nación argentina, basada en su líder carismático.
En el plano internacional, busca un tercer camino entre el
bando occidental y el bloque del Este; en su labor de reforma interna, por
último, Perón no teme oponerse a todos los cuerpos intermedios, incluida la
Iglesia católica. Bergoglio, siendo estudiante, asiste a un encuentro de su
escuela con Perón y mantiene un contacto regular con secciones justicialistas
(nombre del partido oficial peronista). Es más, a finales de los años sesenta
se unió a un grupo peronista, la Organización Única del Trasvasiamento
Generacional, incluso cuando Perón estaba en el exilio.
A finales de 1974, confió el control de la Universidad del
Salvador a antiguos miembros de la Organización. No cabe duda de que el
peronismo ejerció sobre él, como sobre millones de argentinos, una influencia
profunda y duradera. De ahí probablemente el carácter a menudo inclasificable
de las posiciones políticas de Francisco, así como el vínculo directo con el
«pueblo de Dios» que reivindica el pontífice. Y a pesar del retiro impuesto por
la Compañía, es razonable pensar que Bergoglio quedó profundamente marcado por
la atmósfera de pasión, incluso de violencia política, de esos años 1950-1960,
durante los cuales se debatió con aspereza el legado peronista.
Sin embargo, sería vano imaginar que las estructuras de la
Iglesia católica se libraron de las turbulencias. Las consecuencias de las
reformas posconciliares fueron especialmente notables en la Iglesia
latinoamericana, con oposiciones entre conservadores y progresistas más
marcadas que en otros lugares.
En 1968, el Consejo Episcopal Latinoamericano, reunido en
Medellín, denuncia la violencia institucionalizada de las dictaduras militares
del continente y proclama la «opción preferencial» de la Iglesia por los
pobres, que debe conducir a su apoyo en sus luchas contra la opresión. Es el
acto de nacimiento de lo que se llamará «teología de la liberación», para la
cual el mensaje evangélico de salvación es inseparable del esfuerzo de
liberación de los excluidos y dominados contra las estructuras socioeconómicas
opresivas.
Si bien esta orientación provoca grandes debates dentro del
episcopado, son muchas las órdenes religiosas que se comprometen resueltamente
con ella, y los jesuitas están entre los primeros. El español Pedro Arrupe
(1907-1995), superior general de la Compañía de Jesús desde 1965, dio los
impulsos decisivos para este reposicionamiento, empujando a su orden a romper
con su imagen elitista para comprometerse más a fondo con la justicia social,
especialmente en América del Sur. Su línea es confirmada por una congregación
general de la Compañía en 1974. Pero Arrupe no pudo evitar una crisis abierta
entre los jesuitas: la orden se encuentra dividida entre sus miembros más
progresistas, para quienes el compromiso al servicio de la liberación debe
hacerse más visible, dando prioridad a las luchas sociales reales, y su franja
conservadora que teme la infiltración del marxismo en la Iglesia.
Así, en los años 1968-1976, miles de jesuitas abandonaron la
vida religiosa, lo que provocó una verdadera crisis en los cuadros de la
Compañía. En este contexto, Bergoglio se convierte en el hombre adecuado para
evitar la ruptura de la provincia jesuita de Argentina, ya que encarna un
camino intermedio: se sabe que está cerca de la «teología del pueblo», la
variante más moderada de la teología de la liberación, pero se niega a mezclar
su voz con la de los contestatarios. Y, de hecho, durante los siete años que
ejerció su cargo de provincial (1973-1980), logró mantener la unidad de la
provincia de Argentina. CONTINUARÁ.
Periodista y escritor; presidente del Colegio Nacional de
Licenciados en Periodismo, CONALIPE; secretario de Desarrollo Social de la
Federación Latinoamericana de Periodistas, FELAP; presidente fundador y
vitalicio honorario de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos,
FAPERMEX, Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional, Académico de
Número y director de Comunicación de la Academia Nacional de Historia y
Geografía, ANHG. Agradeceré sus comentarios y críticas en
teodororenteriaa@gmail.com Nos escuchamos en las frecuencias en toda la
República de Libertas Radio. Le invitamos a visitar: www.felap.info,
www.ciap-felap.org, www.fapermex.org, y el portal: www.irradianoticias.com
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