La trayectoria del músico, que recibirá el doctorado honoris causa en la FIL de Guadalajara, partió de lo más local de su ciudad y de la España de Machado para conectar con las emociones y esperanzas de América Latina durante más medio siglo
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| Joan Manuel Serrat en 1976 Gianni Ferrari (Cover / Getty Images). |
Luis García Gil /
David Marcial Pérez / Mar Centenera
Fotos EL PAÍS / México 21 NOV 2025
Sábado 22 de noviembre de 2025
A finales de noviembre una delegación de la cultura
barcelonesa desembarcará en la ciudad mexicana de Guadalajara: la capital
catalana es el invitado de honor de la Feria del Libro más importante de
América Latina. El cantante Joan Manuel Serrat, que vivió unos meses exiliado
en ese país mientras Franco agonizaba y tras la muerte del dictador, dialogará
con jóvenes, presentará con Jordi Soler el libro Y uno se cree y
recibirá un doctorado honoris causa. Repasamos cuál ha sido su relación con
algunos de los espacios determinantes en la formación de su personalidad
artística: el barrio del Poble-Sec, la España de Machado, el México que lo
acogió y la Argentina que lo convirtió en un mito de la libertad durante la
dictadura militar.
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| Joan Manuel Serrat en su piso de Poble Sec, Barcelona (1962). ALBUM |
Barcelona: el Poble Sec o la cultura de barrio
Por Luis García Gil
Joan Manuel Serrat no puede comprenderse en su dimensión humana sin la cultura de su barrio del Poble Sec de Barcelona, esa geografía humilde que inspiró sus primeras canciones. Allí se formó su sensibilidad temprana, su dominio del lenguaje y esa capacidad de observar la dignidad de su entorno marcado por las dentelladas de la posguerra.
Esa cultura popular y obrera vinculada a la narrativa de
Juan Marsé la supo entender Manuel Vázquez Montalbán, quien en un ensayo de
1972 ya diagnosticaba el caudal humano y poético del cantautor cuando este
apenas frisaba la treintena y todavía tenía la vida y la canción por delante.
El barrio marca no solo la geografía vital y sentimental del
joven Serrat, sino también su aprendizaje filosófico con aquella máxima de que
la única forma de ser universal era ser profundamente provinciano. Algo que
comprendió desde que irrumpió musicalmente en la Nova
Cançó, y supo unir el barrio a la poesía, lo cotidiano a lo
trascendente.
Su primer elepé, Ara que tinc vint anys, publicado
en 1967, lo demuestra con claridad. En la contraportada, entre las fotografías
de Josep Puvill, aparecía una frente a la empinada calle en la que nació, la
del poeta Cabanyes, que él mismo describiría como “fosc i tort”, oscura y
torcida, y también “estret i brut”, estrecha y sucia, en la canción ‘El meu
carrer’. Aquella pieza, grabada en 1970, era casi un manifiesto de pertenencia:
una declaración de que ningún éxito, ningún viaje, ninguna fama —ni siquiera
después de haber cantado a Antonio Machado o hecho giras por América— podría
arrancarlo de su origen.
El Poble Sec irriga muchas de sus canciones y puebla su
universo de personajes inolvidables. Entre ellos, la tieta, la
desdichada solterona cuyo retrato tierno, delicado y compasivo constituye una
de las cumbres de su narrativa musical. Con apenas 25 años, Serrat demostraba
una madurez literaria poco común para retratar esas vidas pequeñas y
cotidianas, cobijarlas en su mirada, parte de esa intrahistoria recorrida por
el sacrificio y la derrota. Ahí es donde el cantautor supo siempre encontrar
poesía y belleza aproximándose con sensibilidad a las existencias más
ordinarias.
Ese mundo charnego y de aluvión, bilingüe y precario, lleno
de grises de posguerra y balcones donde se colaba la copla que su madre,
Ángeles Teresa, tarareaba mientras hacía las tareas de casa, es la materia
prima de su cancionero. De esa mezcla de lenguas y afectos nació la música como
una voz interior y primigenia tal como refleja magistralmente ‘Mi niñez’, una
de las canciones que Serrat ha llevado consigo toda la vida. En ella se
condensa el clima sentimental de un niño que aprende a mirar el mundo desde el
Poble Sec.
Quizá ahí resida la clave del Serrat adulto, en su capacidad
para conservar las enseñanzas que heredó del barrio, de su familia y de esa
infancia feliz muy a pesar de las circunstancias y que constituye la base de su
educación sentimental. No es casual que, en 1969, respondiera con la palabra
honestidad cuando le preguntaron qué virtud consideraba más fundamental. Ese
principio es la continuidad natural de aquel niño del Poble Sec que descubrió
la música como un modo de estar en el mundo.
Serrat, el poeta popular profundamente humano, el cronista
de los amores nacientes o crepusculares, trovador de la vida y sus pequeñas
cosas, nunca dejó atrás ese origen. Por el contrario, lo convirtió en seña de
identidad. Porque, al fin y al cabo, toda su obra parte del mismo lugar: una
calle “fosc i tort”, y un barrio que iluminó con su trémula voz.
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| El cantautor Joan Manuel Serrat posa en un puerto costero (1968). Europa Press Reportajes / Contacto |
España: la revolución machadiana de la música pop
Por Luis García Gil
En 1969, un año después del Mayo Francés, Serrat llevó a
cabo una revolución en la música pop española con el álbum que dedicó a Antonio
Machado. El franquismo seguía golpeando y en el mes de enero de ese mismo año
había decretado un estado de excepción en todo el país. Fue crudo aquel
invierno, pero el milagro de la primavera fue machadiano y serratiano con “olmo
seco hendido por el rayo” y “moscas del primer hastío sobre el salón familiar”.
Serrat sintetizó magistralmente a Machado en Dedicado
a Antonio Machado, poeta, un elepé que le peleó a su casa
discográfica, renuente con que el autor le cantara a un poeta republicano y
muerto en los azules de la francesa Colliure, camino del exilio. Zafiro
prefería que Serrat siguiera produciendo canciones de su propia autoría, recién
comenzada su discografía en castellano, sin entender que los poemas de Machado
parecían escritos para que Serrat los cantara.
No era común que un cantautor joven, en plena efervescencia
de la música moderna, escogiera musicalizar a un poeta de la generación del 98.
Menos común aún era hacerlo en una España sometida a la censura franquista,
donde Antonio Machado —símbolo
del pensamiento progresista y del exilio republicano— permanecía relegado a una
lectura muy constreñida al ámbito universitario. Serrat puso a Machado al
alcance de las masas, del hit parade y del público juvenil que
consumía la revista Mundo Joven.
Serrat hizo de Machado un poeta pop que las adolescentes se
tatuaron simbólicamente en su piel. Canciones como la filosófica ‘Cantares’ se
convirtieron en la voz de Serrat en auténticos himnos no solo en España, sino
en la América de habla hispana.
Hablar de la “revolución machadiana de Serrat” es hablar de
un cambio profundo en la relación entre poesía, música, libertad y sensibilidad
colectiva. Serrat consiguió lo que parecía imposible: llevar la poesía a los
lugares más recónditos, a jóvenes que apenas habían tenido contacto con ella a
través de un disco en el que fue fundamental la parte musical con unos arreglos
de Ricard Miralles tan audaces como expresivos, en las antípodas de las formas
más espartanas de musicar poesía de Paco Ibáñez, que ese mismo año de 1969
grabó su también legendario directo en el Olympia de París.
Se podría decir que Serrat actuó como intermediario entre la
literatura y la vida cotidiana, logrando que la profundidad filosófica de
Machado respirara con naturalidad dentro del ritmo popular. Esa democratización
de la poesía fue una revolución. El cantautor catalán leyó a Machado con
fruición antes de trabajar en su poesía para ponerle música y el poeta le va a
influir en su propia manera de hacer canciones y de retratar el mundo.
Tras un año tempestuoso para él como fue 1968, con todo
el affaire eurovisivo,
Serrat consolida su bilingüismo para cantarle a un poeta hondamente castellano
que vibra y renace en su voz. El cantautor catalán no moderniza a Machado; lo
hace contemporáneo. No lo dulcifica; lo humaniza aún más. Esa capacidad de
penetrar en su espíritu y traducirlo constituyó una de sus grandes aportaciones
a la música popular.
Cerca de 60 años después, el álbum sigue siendo una pieza
fundamental no solo de la discografía de Serrat, sino de la música en español,
ejemplo de poesía cantada con canciones como ‘He andado muchos
caminos’, ‘La saeta’, ‘Retrato’ —esta con música de Alberto Cortez— o el
fogonazo ilustrativo de ‘Españolito’. En definitiva, la revolución machadiana
de Serrat no fue solo un gesto artístico. Fue un puente entre épocas, un acto
de resistencia cultural y una declaración de amor a la poesía.
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| Joan Manuel Serrat, en una imagen de la década de 1970. EFE |
México: el año del exilio y la
segunda patria
Por David Marcial Pérez
El concierto era en un rodeo, uno de esos recintos en
círculo para que los vaqueros aprendan a montar caballos. De hecho, algún
animal andaba suelto esa noche en aquel pueblo perdido de Jalisco. Casi al
comienzo de la actuación algo falló y se fue la luz. Los músicos se retiraron y
con el paso de los minutos la gente se empezó a calentar. Algún insulto, algún
vaso lanzado al escenario. Para calmar los ánimos, Epigmenio, un miembro del
equipo, salió al ruedo, desenfundó el revólver y disparó un par de tiros al
aire: “¡Al que se mueva lo mato!”. El amago funcionó y cuando volvió la luz
todo siguió su curso. Al acabar el concierto, Joan Manuel Serrat se acercó a
Epigmenio y le dijo: “Gracias, pero no era para tanto”.
La anécdota la recuerda María Elena Galindo, actriz, prima
de Epigmenio y amiga íntima de Serrat durante aquel 1975. “Mi primo se quedó un
poco apenado, pero seguimos la gira y no hubo más tiros”. Fue el año del exilio
mexicano de noi del Poble Sec. En septiembre, el franquismo
había dado uno de sus últimos zarpazos con el fusilamiento de tres militantes
del FRAP y dos de ETA. Serrat iba a empezar la gira mexicana del disco Para
piel de manzana en el entonces del DF y en una breve entrevista en el
aeropuerto condenó las ejecuciones. La respuesta fue automática: el régimen
dictó una orden de búsqueda y captura. Hasta la amnistía declarada el verano
siguiente, Serrat no pudo volver y quedó
varado en México.
En alguna ocasión, muchos años después, ha dicho que fue
“una experiencia amarga”, sobre todo por estar lejos de su familia. Pero que a
la vez “humanamente fue un año fantástico porque encontré mi casa al otro lado
del mar”. Sus amigos mexicanos, como Galindo, recuerdan que “lo que tenía no
era tristeza, porque México lo enamoró, era más bien melancolía”. Otro de sus
amigos desde entonces, el escritor Benito
Taibo, añade que “muy pronto se sintió como en casa. Era muy curioso,
miraba, escuchaba. Y era un gran contador de historias”.
Era habitual, por ejemplo, que se pusiera a dar “conferencias”
sobre Machado o Lorca en el salón de la casa de los Taibo, una familia de
exiliados asturianos, que fue el hogar de Serrat al principio de su propio
exilio. En su primera gira mexicana, en 1969, había conocido al patriarca de la
familia, Paco Ignacio Taibo, escritor y periodista, que por entonces tenía un
programa musical en la televisión. “Se integró muy rápido y acabó siendo un
hermano más”, dice Taibo hijo.
Para que se sintiera un poco más como en casa, un fin de
semana decidieron invitarle al fútbol. Fueron a ver al Atlante, un equipo
fundado por obreros y que viste con camiseta azul y grana, igual que el
Barcelona de sus amores. Desde entonces, tiene el corazón dividido entre los
dos clubes. Otro guiño a los símbolos fue la decoración de la furgoneta de la
gira que le llevó, entre otros lugares, a aquel rodeo bravío en Jalisco.
“Fuimos a comprarla a Los Ángeles y antes de empezar el tour, Joan mandó pintar
una estelada, con las rayas amarillas y rojas, en los laterales del carro”,
recuerda Galindo, que además le dio nombre a la furgoneta: La gordita,
como el apodo con el que todo el mundo conocía cariñosamente a la actriz,
madrina de María, la hija mayor de Serrat.
Sus amigos dicen también que le gustaban mucho los corridos
y que a veces se arrancaba a cantar alguno para ellos. En México, Serrat
encontró una cultura popular y profundamente sentimental en la que halló un
refugio al que no ha dejado de regresar y para el que siempre tiene piropos:
“Yo me siento profundamente ligado a México. No es verdad que tengamos una
patria a cada lado, sino las dos en cada una, lo sé porque yo tengo las dos”.
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| El músico en una conferencia de prensa en Buenos Aires, Argentina, en los años sesenta. Eduardo Comesaña (GETTY IMAGES). |
Argentina: el concierto de la
libertad en el Luna Park
Por Mar Centenera
Se va a acabar, se va a acabar la Junta Militar”. Ese grito
atronador, lleno de esperanza en un futuro que ya casi se podía acariciar, se
mezcló con aplausos, vítores y abrazos emocionados en el estadio Luna Park de
Buenos Aires el 14 de junio de 1983. Joan Manuel Serrat se subió esa noche por
primera vez al escenario de la mayor sala de conciertos de la capital
argentina. Repetiría cinco noches más, siempre ante un público entregado, que
se reunía para escucharlo en casas cuando estaba censurado por la dictadura,
que lo fue a recibir al aeropuerto en su regreso al país sudamericano después
de ocho años de ausencia, que permaneció más de 24 horas en la fila para poder
conseguir una preciada entrada, que atesora en la memoria ese recital como el
del preludio de la libertad.
—Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar.
Los 11.000 asistentes al Luna Park enmudecieron para
escuchar ‘Cantares’, el primero de los 27 temas cantados esa noche por Serrat
en un concierto que se extendería casi tres horas, con diez bises. El cantautor
catalán no había pisado Argentina desde 1975, el año previo al golpe de Estado.
La violencia de la dictadura se había extendido también hasta la cultura, con
la persecución y censura de artistas, y hasta unos meses antes del regreso de
la democracia, en diciembre de 1983, la música de Serrat estuvo prohibida en
televisiones y radios públicas. La semilla de sus canciones creció en silencio,
circulando en casetes copiados que pasaban de mano en mano, y el Nano recogió
los frutos en ese invierno austral de 1983, cuando su regreso provocó un
estallido de júbilo.
El periodista musical Victor Pintos trabajaba como productor
en Radio Rivadavia, la emisora que transmitió en vivo la actuación del
cantautor catalán. “Fue tan importante para nosotros, los argentinos, el
concierto de Serrat en ese año 83, donde nos parecía que pasaba de todo, que
posiblemente la identificación que hace el inconsciente colectivo argentino de
la recuperación de la democracia sea la vuelta de Serrat”, asegura Pintos,
quien conserva una copia de ese recital.
Las huellas del caminante Serrat llegaron hasta la música
argentina. En esa misma época, Fito Paéz compuso
para Juan Carlos Baglietto la canción ‘Tratando de crecer’, con Serrat en
mente: “Como decía un catalán, voy tratando de crecer y no de sentar cabeza”.
“Fito Páez era alguien que escuchaba a Serrat, todos los escuchábamos, fue un
ídolo de masas en Argentina”, afirma Pintos.
“Su llegada produjo una revolución”, recuerda Gerardo
Moszkowicz, uno de los mayores fanáticos de Serrat en Argentina. “Era la figura
que unía a miles de jóvenes que estábamos ávidos de vivir en democracia”,
continúa. Moszkowicz tenía en ese momento 24 años y recuerda ese recital como
uno de los mejores momentos de un 1983 inolvidable, en el que Serrat fue el
faro que iluminaba el camino a una vida mejor después de seis años de
tinieblas.
—Para la libertad sangro, lucho y pervivo.
“Todos creíamos que el Nano era muy importante para
completar el círculo del regreso de la democracia. La dictadura ya había puesto
fecha para las elecciones, el 30 de octubre, pero el poder militar era todavía
muy fuerte. En ese recital sentimos que no había vuelta atrás”, concluye
Moszkowicz.
Al regresar a casa, Serrat admitió que su primer recital en
el Luna Park fue el momento más emocionante de una gira de dos meses y medio
por América Latina: “La verdad, cuando les oía corear ‘¡Se va a acabar, se va a
acabar, la Junta Militar!’, me sentía muy, muy bien utilizado”.
En total, el cantautor catalán dio 12 conciertos en
Argentina y lo fueron a ver cerca de 100.000 personas. Hubieran sido aún más si
el show benéfico al que convocó el Nobel de la Paz Pérez Esquivel en el estadio
de Vélez por los damnificados de las inundaciones en el noreste argentino no se
hubiese suspendido por una lluvia torrencial. Ante la insistencia de una
multitud que coreaba: “El pueblo no se va, el pueblo no se va”, Serrat salió a comunicar
la suspensión en persona. Cerca de 5.000 jóvenes que habían ido hasta allí a
verle marcharon entonces hacia el centro de la ciudad, con consignas que pedían
la aparición con vida de los detenidos desaparecidos. La Junta
Militar se acabó y Serrat quedó en la memoria de los argentinos como
el juglar de la libertad. ©
Texto original: https://bit.ly/4oaIDdS
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