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“Como presidenta de la Academia Nacional de Perspectiva de Género, mi escritura -tanto poética como ensayística- parte de la convicción de que la palabra es un espacio de emancipación y de construcción de sentido, especialmente para las mujeres cuya voz ha sido históricamente silenciada".


OPINIÓN


COMENTARIO A TIEMPO

Por Teodoro Rentería Arróyave

Jueves 14 de agosto de 2025

SEGUNDA PARTE

Establecida la primicia -con foto y todo- del libro “CENTENARIO” de nuestra insigne Academia Nacional de Historia y Geografía, ANHG, de la Universidad Nacional Autónoma de México, “voces, territorios y memorias”, cuyas editoras son la presidenta de nuestra insigne cofradía, doctora Elizabeh Rembis Rubio y la directora del Centro de Estudios de la Mujer de la propia cofradía, doctora Beatriz Saavedra Gastélum, que reúne las semblanzas de quienes, con su saber y vocación han dado vida a la institución y honra la memoria viva de México a través de la palabra y la trayectoria de su académicos, por ello continuamos en la reproducción de los conceptos que animan su vida, en todos sentidos, de la querida admirada Beatriz.

“Como presidenta de la Academia Nacional de Perspectiva de Género, mi escritura -tanto poética como ensayística- parte de la convicción de que la palabra es un espacio de emancipación y de construcción de sentido, especialmente para las mujeres cuya voz ha sido históricamente silenciada.

Incorporo la mirada de género no como un adorno temático, sino como una forma de interrogar la realidad desde la sospecha crítica que, como recordaba Hannah Arendt, es ya una empresa peligrosa.

María Zambrano me ha enseñado que escribir es defender una soledad creadora, un lugar donde la mujer puede pensarse y proyectarse más allá de los dictados de lo colectivo, transformando lo imposible en verdad. En mi obra, el lenguaje se convierte así en un acto de resistencia y revelación, capaz de devolver densidad humana y filosófica a experiencias como la maternidad, el deseo, la desigualdad o el exilio. De este modo, mi trabajo busca tender un puente entre memoria, cuerpo y pensamiento, para que la literatura siga siendo no sólo testimonio, sino también una fuerza viva que reconfigura el mundo desde una voz que se sabe histórica, consciente y libre.

Sí, el exilio en mi obra es a la vez profundamente personal y, al mismo tiempo, un tema de alcance universal. Creo que esta dualidad se debe a que, aunque cada experiencia de exilio es única, todas comparten una raíz común: la fractura de la pertenencia y la necesidad de reconstruirse en un nuevo territorio, ya sea geográfico, emocional o simbólico.

En mi caso, el exilio geográfico comenzó muy temprano, cuando dejé mi natal Culiacán, en Sinaloa -en el norte de México- para mudarme a la Ciudad de México. Aunque la distancia física no era tan grande en términos de país, sí implicó una transformación radical en mi forma de habitar el mundo. Traíamos con nosotros tradiciones sinaloenses que siempre cuidamos en casa, como una manera de preservar un hilo con la tierra de origen. Pero vivir en otro contexto, con otros ritmos, otras maneras de decir y de mirar la vida, generó una tensión constante entre lo que uno fue y lo que se está aprendiendo a ser.

Junto a este exilio geográfico, existe en mi vida y en mi poesía un exilio más íntimo: el familiar. De este hablo con más insistencia en mis versos, porque implica una ruptura menos visible, pero igualmente dolorosa. Como señala Cristina Peri Rossi, el exilio es una experiencia desgarradora, una pérdida que rompe y obliga a reinventar los vínculos y la propia identidad. Es un proceso que te enfrenta a la vulnerabilidad, a la sensación de que las raíces han sido arrancadas, y que te obliga a reescribir tu historia desde un territorio incierto.

Ambos exilios -el de la tierra y el de la sangre- han marcado mi escritura. No sólo porque me han hecho consciente de la fragilidad de las certezas, sino porque también me han enseñado que toda identidad es móvil, múltiple y, a veces, contradictoria. En ese sentido, el exilio en mi poesía representa una metáfora del ser humano contemporáneo: alguien que, aunque busca un lugar donde arraigar, sabe que nunca regresará al mismo punto de partida y que, en ese tránsito, se reinventa constantemente.

En mi visión, este es un tema que toca a todos, porque la experiencia de perder un lugar -sea físico, afectivo o simbólico— y tener que reconstruirse es parte esencial de la condición humana. El exilio nos ratifica que vivir es siempre, de algún modo, habitar la distancia.

Cuando mis versos son traducidos a otras lenguas, siento que inician un nuevo viaje, como un barco que, habiendo partido de un puerto conocido, se adentra en mares que yo misma no podría recorrer sola. Concebir la vida -y la poesía- como el arte de la navegación me ayuda a pensar que la traducción es una forma de seguir navegando hacia otros rumbos, con la conciencia de que en cada travesía algo cambia: el clima, la luz, la forma en que las olas golpean la embarcación.

En este sentido, cada traducción es una recreación. El poema, al habitar otro idioma, se reviste de nuevas resonancias culturales y sonoras. El sentido esencial puede permanecer, pero las imágenes, los silencios y las cadencias adquieren matices que no siempre estaban en mi intención inicial. Sin embargo, no lo considero una pérdida, sino una expansión: el texto, como afirma Iris Murdoch sobre la literatura, deja un espacio para que intervenga el lector. En la traducción, ese lector se convierte en el traductor, que se apropia del poema para que pueda respirar en otra lengua.

La poesía, a diferencia de la filosofía, no busca fijar un concepto o cerrar un argumento; más bien, se abre a la evocación, a la multiplicidad de sentidos. Por eso, en otro idioma, mis versos pueden convocar imágenes y emociones distintas, incluso insospechadas para mí. Y aunque algo cambie en su resonancia, el núcleo vital del poema -esa corriente que lo impulsa- sigue navegando, encontrando en cada lengua un nuevo mar para habitar.

En un mundo acelerado y saturado de estímulos, la poesía ocupa un lugar esencial como forma de conocimiento y de resistencia, porque nos convoca a detenernos y a penetrar en la palabra más allá de su superficie. Tal como sucede con ciertos versos de Borges, la comprensión gramatical es apenas el umbral; el verdadero sentido está en lo que la palabra guarda en su interior, en esa savia invisible que solo se revela a quien se detiene a escucharla.

La poesía nos devuelve a esa experiencia lenta y profunda en la que el lenguaje deja de ser un mero vehículo informativo para convertirse en un territorio de exploración. En ella, como en la representación poética de la ciudad, encontramos tanto lo material como lo interior: calles, puertas, objetos que se transforman en espejos de nuestra propia existencia. Y en ese reflejo se asoman lo absoluto y lo inevitable -la muerte- junto a la memoria que retiene nuestros pasos, lo cierto y lo incierto, como todos los ayeres que nos habitan”. CONTINUARÁ.

Periodista y escritor; presidente del Colegio Nacional de Licenciados en Periodismo, CONALIPE; secretario de Desarrollo Social de la Federación Latinoamericana de Periodistas, FELAP; presidente fundador y vitalicio honorario de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos, FAPERMEX, Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional, Académico de Número y Director de Comunicación de la Academia Nacional de Historia y Geografía, ANHG. Agradeceré sus comentarios y críticas en teodororenteriaa@gmail.com Nos escuchamos en las frecuencias en toda la República de Libertas Radio. Le invitamos a visitar: www.felap.info, www.ciap-felap.org, www.fapermex.org, y el portal: www.irradianoticias.com

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