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"Mi querido maestro de Química, Mario Trejo González quien logró la transformación excelsa a Gonzalo Martré, el más connotado escritor satírico de los siglos XX y XXI, el 3 de diciembre de este 2025 cumplió 97 años en plenitud memoriosa y con una capacidad prodigiosa para seguir enriqueciendo su obra literaria".


OPINIÓN



COMENTARIO A TIEMPO

Por Teodoro Rentería Arróyave

Lunes 8 de diciembre de 2025

PRIMERA PARTE

Mi querido maestro de Química, Mario Trejo González quien logró la transformación excelsa a Gonzalo Martré, el más connotado escritor satírico de los siglos XX y XXI, el 3 de diciembre de este 2025 cumplió 97 años en plenitud memoriosa y con una capacidad prodigiosa para seguir enriqueciendo su obra literaria.

He sostenido que Gonzalo Martré además, tiene la cualidad de ser  un hombre bueno; cuando jóvenes tuvimos la oportunidad de fundar la Preparatoria Nocturna “Maestro José Vasconcelos”, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, con sede en Seminario 8, a un costado de la Catedral Metropolitana, como requisito se exigía que el director del plantel fuera titulado y con cédula profesional, el ingeniero Mario Trejo aceptó el cargo y no admitió emolumento alguno para facilitar la consolidación y ayudar a sus colegas maestros.

Al sumarnos al regocijo por su XCXII (nonagésimo séptimo) aniversario, transcribimos la crónica de su cofrade, el “hechicero, poeta y traficante en hongos José Tlatelpas” -así se firma-, publicada en la edición 170 de la revista virtual satírica, literaria y política “El Chispiriote”, titulada,. “Gonzalo Martré, años de danzar las letras y los significados”. Por motivo de espacio y tiempo en los medios va en dos partes:

“Salí del antiguo convento de San Francisco con la sensación precisa de estar cruzando una puerta que no daba a la calle, sino a una grieta en el tiempo. Dejé atrás claustros, retablos, fantasmas de frailes, virreyes arrepentidos y burócratas culturales que jamás han leído un sermón, y entré al respiro verde de la Alameda Central.

El aire olía a copal, gasolina, elote asado y promesa de lluvia. Los danzantes giraban al ritmo de flautas y tambores, trenzando humo y plumas delante de una fuente. Sobre algunas lonas se leía, como si fuera un graffiti hecho por los siglos: “700 años de México-Tenochtitlan”. Más allá, en un letrero torcido de cantina, alguien había escrito a mano: “Festejo 97 de Gonzalo Martré. Preguntar por la pirámide secreta”.

Mientras caminaba, las capas del mundo empezaron a despegarse del piso. Entre los turistas con celular y los vendedores de burbujas se cruzaron unos mexicas emplumados y escudo de obsidiana, paso firme, mirada de águila. Detrás vino una escolta de soldados de Cortés, armaduras abolladas, cascos ridículos, resoplando por el Smog de Invierno En medio se deslizaron señoras de pollera colonial, jóvenes con bigote encerado del siglo XIX, un cochero del imperio de Maximiliano, un general porfiriano de mostacho afilado, y un grupo de estudiantes con carteles del 1968 que discutían con un ferrocarrilero de los cincuenta sobre quién había enfrentado al sistema con más o menos dignidad.

Todos caminaban sobre las mismas baldosas, en direcciones encontradas, como si la Alameda fuera una cinta transportadora de siglos superpuestos. A ratos, entre los penachos y las mochilas, juraría haber visto pasar también la silueta de un ladrón elegante con capa -El Fantomas, la amenaza elegante-, cargando bajo el brazo un tomo robado de alguna biblioteca presidencial.

Yo seguía mi ruta, tratando de no pisar ninguno de esos fantasmas demasiado fuerte. Sabía que, en algún punto del contorno del parque, detrás de fachadas anodinas, se escondía la entrada a una fiesta muy particular: el cumpleaños 97 de Gonzalo Martré, ingeniero químico devenido narrador, cronista de danzones, inventor de conspiraciones y, desde hace décadas, uno de los más tercos satíricos de esta ciudad.

No podía celebrarse en un salón cualquiera. Tenía que ser en una pirámide escondida bajo la piel de la metrópoli, una pirámide que sólo él sabía cómo despertar. Me había dicho, con esa mezcla suya de rigor y guasa, que la puerta estaba “donde chocan los siglos” y que, para activarla, no bastaba el GPS: había que traer la cabeza llena de historias, un poco de ironía y un salvoconducto digno.

Entre las flautas y los claxons, se me fueron colando otros recuerdos, como si alguien empezara a proyectar una película sobre la misma calle. Vi la luminosa fachada de un centro cultural cualquiera, la noche cargada de expectativa, un papel pegado con diurex anunciando: “Presentación de ‘Gooool, el día en que México ganó el Mundial’, de Gonzalo Martré”. Sentí de nuevo el apuro, el llegar tarde, el corazón acelerado por la prisa y por la ciudad que siempre parece a punto de atropellarte y de pedirte otra metáfora al mismo tiempo.

En la puerta de ese lugar -que podía estar en cualquier esquina de la Alameda- había un poeta enorme, con cara de guardia prehispánico y ropa de chilango en quincena, bloqueando el paso.

-Alto ahí. No puedes pasar- me dijo, como si estuviera custodiando la entrada del Mictlán.

Yo, que ya había sobrevivido a unos cuantos exámenes de literatura y a varios controles policíacos, respiré hondo y me puse digno:

-Hasta sueñas. Me tienes que dejar pasar. Traigo salvoconducto.

El hombre enarcó una ceja.

¿Ah, sí? Pues a ver, enséñalo.

No traía gafete, ni invitación impresa, ni nada. Lo único respetable que tenía encima eran mis tatuajes del clan de Tláhuac Ticic y México Zoquiapan, marcas de pertenencia a las parcialidades heroicas de Tenochtitlan y a cierto tráfico honesto de hongos y palabras. Me arremangué, se los enseñé.

Los examinó como quien lee un códice recién desenterrado, dejó que el silencio hiciera un poco de teatro y sentenció:

-Está bien. Estamos en tu territorio. A ti no puedo impedirte el paso.

Se le resbaló la solemnidad, se rió y añadió:

Ya pasa, pinche José, hechicero.

Chocamos puños entre risas y crucé el umbral.

La sala era pequeña, pero ahí dentro el aire tenía la densidad de las noches que no se olvidan. Poetas, narradores, cronistas, danzoneros de clóset, lectores de ciencia ficción, sobrevivientes del 68, muchachas de mirada peligrosa que bien podían haber salido de un cabaret de novela negra, y uno que otro funcionario cultural que había perdido por un rato la compostura. CONTINUARÁ.

Periodista y escritor; presidente del Colegio Nacional de Licenciados en Periodismo, CONALIPE; secretario de Desarrollo Social de la Federación Latinoamericana de Periodistas, FELAP; presidente fundador y vitalicio honorario de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos, FAPERMEX, Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional, Académico de Número y director de Comunicación de la Academia Nacional de Historia y Geografía, ANHG. Agradeceré sus comentarios y críticas en teodororenteriaa@gmail.com Nos escuchamos en las frecuencias en toda la República de Libertas Radio. Le invitamos a visitar: www.felap.info, www.ciap-felap.org, www.fapermex.org, y el portal: www.irradianoticias.com

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