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“El Pacto por México fue traicionado; pasó de ser uno de los momentos más esperanzadores de la política nacional, a ser la confirmación de la mediocridad de nuestra clase política, de sus medios mirajes, dobleces, hipocresías y las ambiciones personales por encima de los objetivos institucionales, tanto partidistas como gubernamentales. Al final se impuso una lógica no sólo electoral, sino electorera, que vació de contenido las importantes reformas constitucionales que aquel instrumento había hecho posible. (…).”


Publicado: Miércoles 3 de septiembre
  
Senador, Javier Corral Jurado
Pasó el primer tercio del gobierno de Peña Nieto. La propaganda oficial que satura los medios de comunicación estos días no sólo es magnificadora de logros y realizaciones, es también engañosa. La Presidencia de la República no realiza un ejercicio de rendición de cuentas, no cree en eso, se vuelca por la publicidad, el spot repetido mil veces, la apuesta por la imagen televisiva que fabricó un político de éxito, cumplidor; en la que basó su candidatura, con la que se hizo de la Presidencia y ahora reiterando el script busca inventar a un estadista, sobre quien el país se pregunta aún, qué lo define, hasta dónde sabe, quién realmente de su equipo le mueve los hilos?

En la propaganda Peña Nieto ha resultado un éxito, reformador que salva a México "sin buscar el aplauso"; de su mano firme, el país camina seguro a un paraíso de beneficios. Pero la realidad es otra. Los problemas de fondo no sólo no se reducen, crecen y se diversifican. A la ineficacia para enfrentar la economía - estancada -, sumó una reforma fiscal con efectos inflacionarios. Decreció el empleo y brillan por su ausencia las promesas de la reforma laboral. El problema de la inseguridad sólo cambió en la estrategia mediática, ahora se maquillan cifras y se ocultan los hechos. Las muertes por homicidios dolosos superan la cifra que con Calderón. No hay plan alguno que raje en serio el desafío de la desigualdad. La cruzada contra el hambre, es una vulgar campaña por los votos.

El saldo político en estos dos años es de una preocupación doble. Avanza la regresión y represión autoritaria, sin mayores contrapesos; la indiferencia social está marcada mucho más por el miedo, que por la abulia. Es que la impunidad y la corrupción regresan galopantes. El uso del poder para chantajear, intimidar, amenazar, está reinstalado como característica intrínseca al régimen autoritario. Volvieron las auditorías como instrumento eficaz para meter al orden cualquier desintonía o denuncia.

Si no fuera por las reformas aprobadas en el Congreso, si no tuviera el control de medios de comunicación que ejerce, si no fuera por el silencio de la oposición domesticada, Peña enfrentaría un verdadero juicio de la opinión pública y la evaluación sería muy distinta a la que se presume, por cierto, bajo ese lenguaje anacrónico y adulador del Presidente que se vuelve Dios, porque todo lo ordena, todo lo piensa, todo lo impulsa; de él son las ideas, la concepción y la visión, aunque no sepamos en qué pensamiento están planteadas.

El Pacto por México fue traicionado; pasó de ser uno de los momentos más esperanzadores de la política nacional, a ser la confirmación de la mediocridad de nuestra clase política, de sus medios mirajes, dobleces, hipocresías y las ambiciones personales por encima de los objetivos institucionales, tanto partidistas como gubernamentales. Al final se impuso una lógica no sólo electoral, sino electorera, que vació de contenido las importantes reformas constitucionales que aquel instrumento había hecho posible. En las leyes secundarias, o en la integración de los órganos reguladores, se apuñalaron los principales valores y objetivos. Las reformas terminaron fortaleciendo al gobierno y a los monopolios, no al Estado ni a la sociedad. Abonaron como en ningún momento de nuestra aguada transición democrática, al presidencialismo y al centralismo. El tiempo dio la razón a los impugnadores del Pacto, que no sólo dio legitimidad a Peña, sino más poder.

Sucedió así porque la oposición en México carece de fuerza y autoridad moral. No sólo están divididos los dos principales partidos que debieran ser el contrapeso frente a la regresión autoritaria; buena parte de sus estructuras directivas en el país están corrompidas. Atraviesa el PAN una de sus mayores crisis de identidad cultural, ética e ideológica. No puede reinstalarse en la oposición, porque carga ya con demasiadas omisiones, pifias y corruptelas de su pasado inmediato y su momento actual; atrapado en el acuerdo de impunidad, no tiene otro camino que el de tratar de colocarle el supuesto ADN panista a las reformas que fondean e impulsan al PRI para una larga vida en el poder. El triunfo ideológico para el PAN, el poder para el PRI, buena fórmula del entreguismo.

El entreguismo no sólo ha dejado mudo al PAN frente al gobierno, ahí está la posición de la bancada senatorial en la sesión de Congreso General, intocado Peña Nieto hasta con el pétalo de una rosa. El silencio se vuelve el más absurdo y grotesco rostro de la complicidad.

El PRD está en la misma de siempre con la diversidad de sus corrientes internas, pero ahora en una lucha inaudita entre ellas por acreditar quiénes son los más negociadores, no importa los resultados y que en las ofertas distintas el gobierno compré cada vez más barato. Es la negociación con Peña Nieto, la nueva obsesión de las tribus; la cercanía con el gobierno, se pretende traducir ingenuamente como "moderación" de la izquierda. Presiden las dos cámara del Congreso, porque son "oposición responsable". Ningún riesgo juega el gobierno al darles la conducción de los trabajos del Congreso porque, ni siquiera en año de elecciones y consultas populares, le representan contrapeso o peligro alguno. Nadie como Miguel Barbosa Huerta al servicio del PRI en el Senado de la República.

Y ahora se anuncia, desde esa oposición debilitada, que concedió al gobierno de Peña Nieto todo lo que pidió y con creces, que el reto frente a las reformas es su seguimiento puntual y un combate frontal a la corrupción política; una agenda legislativa se compromete públicamente con esa causa. ¿Desde que fuerza moral se podrá exigir?. ¿Desde los moches?, ¿Los video-escandalos?, ¿Las negociaciones con Televisa?, ¿Los pagos de reformas con cargos directivos en el Congreso?. ¿Con qué instrumentos se harán valer las iniciativas?, ¿Porqué concedería el PRI cambiar su modus operandi si el gobierno ya tiene en la bolsa las reformas que quería y cómo las quería?. Luego quejarse y gritar del ambiente de parcialidad, regresión y represión no sólo será hipócrita, sino ridículo.

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